“La disputa por visibilizar y poner en valor a las mujeres cuidadoras es una primera batalla que hay que ganar”
*Afirma Ketty Cazorla, académica de Trabajo Social, quien trabaja el tema del cuidado de las cuidadoras de personas dependientes en sus tesis doctoral.
El cuidado de las cuidadoras de personas dependientes es el tema de investigación de la tesis doctoral de Ketty Cazorla, académica de la Escuela de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales.
La profesora Cazorla es trabajadora social, investigadora del Centro de Investigación en Cultura Política, Memoria y Derechos Humanos de la UV, Investigadora de Colectivo Notros (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso), diplomada en Salud Mental Comunitaria UCH), diplomada en Investigación en Salud (PUC), diplomada en Fotografía Social (UBA), magíster en Salud Pública (UV) y doctoranda en Psicología (PUCV).
—¿Qué la motiva a investigar sobre el tema del cuidado y en qué marco desarrolla su investigación?
“Dentro del amplio campo de estudio del cuidado, me motiva particularmente aquella práctica ejercida por mujeres de manera no remunerada y destinada a cuidar personas dependientes. Esta ha sido una temática que aparece en un comienzo en mi ruta profesional, cuando ejercía como trabajadora social en un Centro de Salud Familiar; allí tuve la oportunidad de trabajar para ellas y percatarme de lo invisibles que eran tanto para la comunidad como para la política pública. Luego, la temática se reactiva como interés académico, a propósito de una invitación de la doctora Castañeda, de la Escuela de Trabajo Social, para sistematizar intervenciones sociales en favor del cuidado de la cuidadora. Más adelante, tuve la oportunidad de participar de una investigación ANID, realizada mediante un trabajo interdisciplinario entre varias universidades del país, haciendo un seguimiento de seis meses a familias en contexto de pandemia, donde —como era de esperar— se revelan sobrecargadas experiencias de cuidado en mujeres con doble o triple jornada de trabajo, si consideramos sus empleos, cuidado familiar y/o liderazgos comunitarios.
”La motivación por investigar este tema resulta de un ensamblaje de circunstancias personales, colectivas y del entorno. En términos personales, y como muchas académicas, funcionarias y estudiantes de nuestra universidad, tengo la experiencia de una vida universitaria en compleja convivencia con el cuidado familiar, que me sitúa también como cuidadora. En términos colectivos, he tenido la oportunidad de verme influenciada por valiosas mujeres académicas de la Escuela, la Facultad y el CEI Cultura Política, Memoria y Derechos Humanos donde colaboro, cuya generosidad en su saber me ha mostrado la importancia de considerar una perspectiva posicionada en las mujeres para mirar el cuidado como una dimensión transformadora de la práctica investigativa en ciencias sociales. Y, en tercer lugar, creo que desde la intervención de Trabajo Social y el contacto directo con las mujeres cuidadoras, es posible colaborar para transformar las condiciones que generan que estas mujeres carguen en sus cuerpos los efectos del cuidado de otros, sin ningún reconocimiento social, económico o de tiempo. Por supuesto que todas estas motivaciones y reflexiones se robustecen en contextos de crisis política, económica y sanitaria.
”Así, resulta imposible marginarme de esta discusión, siendo un interés ético profesional, social y personal, y no sólo académico, el contribuir a visibilizar y valorar a las mujeres cuidadoras de personas dependientes como sujeto social, más allá de la prestación de cuidado que brindan. Particularmente me interesa estudiar —y colaborar en la transformación— de esas frágiles prácticas de autocuidado que la mujeres cuidadoras consideran factibles, resistidas y/o deseables en el actual contexto chileno, y con ello favorecer ese tránsito desde la noción de mujeres cuidadoras del cuidatoriado, donde los costos se asumen patriarcal, privada e individualmente, a la noción de personas cuidadoras de una cuidadanía, noción crecientemente aludida en diversas movilizaciones latinoamericanas que promueve una lógica de cuidado pública, ciudadana e igualitaria en género. Esto se convertiría entonces en el foco de atención del proyecto de investigación que estoy realizando en el marco del Doctorado en Psicología que curso en la Pontifica Universidad Católica de Valparaíso junto a mi tutora, doctora María Isabel Reyes”.
—¿Qué es transitar del cuidatoriado a la cuidadanía y cómo se puede hacer?
“El cuidado, siguiendo a Joan Tronto, es una actividad que incluye todo lo que hacemos con vistas a mantener, continuar o reparar el mundo, para así poder vivir en él lo mejor posible. Este propósito de sostenimiento de la vida hace que cada sociedad se organice en diversas versiones, destacándose dos relevantes: la primera comprende una organización del cuidado con énfasis liberal, que probablemente representa la actual organización chilena del trabajo del cuidar, y la segunda comprende la organización del cuidado con énfasis social, que pudiera representar una visión futura a que aspirar.
”Entonces, la organización del cuidado con énfasis liberal prioriza prácticas de cuidado individual y privado, quitando todo valor a la relación con otros y el entorno. Así, el cuidado desde los ojos del mercado se convierte en un costo que queda en absoluta responsabilidad individual y privada de las mujeres, quienes deben procurar cuidados a la niñez, personas mayores, enfermas o en situación de dependencia, además de cubrir las necesidades de salud familiar cotidiana. Haciendo alusión al conjunto de mujeres que lleva esta sobrecarga de cuidados, es que cabe convocar al concepto de ‘cuidatoriado’, que alude a la noción de precariado y es acuñado por la profesora María de los Ángeles Durán (2018). Este neologismo refiere a una clase social que tiene mínimos derechos garantizados, que reúne todos los criterios para convertirse en una clase social, si es que logra identificarse a sí misma como clase, tarea en la que están arduamente trabajando las cuidadoras organizadas.
”En oposición a la organización liberal surge la lógica del cuidado con énfasis social, el que se sostiene en la idea de que toda persona puede llegar a requerir cuidar, ser cuidada o autocuidarse. De esta manera, el cuidado social no representa un costo, sino la necesidad de alguien que precisa la protección de otro, basado en relaciones de cocuidado y bienestar compartido. Acá ubicamos la perspectiva denominada de ‘cuidadanía’. Esta noción emerge como contrapunto a la noción clásica de ciudadanía, la que se sostiene en una perspectiva individual y centrada en el hombre trabajador, invisibilizando trabajos ligados al cuidado de la vida. En oposición a ello, la cuidadanía comprende que todas las personas son cuidadores y receptores de cuidados a la vez, al margen de su género, edad o raza. Es así como desde la cuidadanía está la posibilidad de repensar los derechos ligados al cuidar, al ser cuidado, al autocuidado e incluso a la posibilidad de negarse a cuidar, porque entendido como derecho, este debe darse bajo condiciones autodeterminadas para todos los partícipes de la relación.
”Quizás esta noción de cuidado con énfasis liberal que hoy está en tensión en discusiones ciudadanas y constituyentes, pudiera ser un punto de inflexión para que la lógica de este creciente mercado del cuidado transite hacia un mejor lugar, asociado a un cuidado social con una perspectiva colectiva, cooperativista y sin mandatos discriminadores de género, en donde, por cierto, el Estado tiene un rol relevante”.
—¿Cómo el Estado debería cuidar a los y las cuidadores? ¿Hay actualmente alguna política pública al respecto?
“La valorización del trabajo de cuidado de las mujeres no remuneradas, lamentablemente sólo se hace visible cuando esa labor de cuidado se ve afectada o altera algún indicador de cumplimiento de alguna política pública sanitaria, previsional u otra, reproduciendo una injusta visión de cuerpos femeninos, los que no siempre son reconocidos más allá de la prestación del cuidado que dan (Butler, 2017). Enfrentar este problema es una tarea urgente para el Estado, que debiera asumir un rol garante del cumplimiento de derechos asociados a la relación dada en el cuidar, colocando al cuidado, y no al mercado del cuidado, en el centro.
”En este marco, investigadoras feministas latinoamericanas están proponiendo entender el cuidado como un Derecho Humano irrenunciable, en la misma calidad que la educación o la previsión social (Pautassi, 2018). La política pública se esmera por ‘maternalizar’ y ‘controlar con rendición de cuentas’ a las prestaciones destinadas a las mujeres, focalizado especialmente en su salud sexual-reproductiva y en la diada materno-infantil; pero, no existe el mismo interés al momento de abordar temas de salud mental o cronicidades que se ven agudizados en las mujeres por las prácticas del cuidar. Esto es especialmente preocupante si consideramos la diversidad de mujeres cuidadoras y el cruce de determinantes sociales que complejizan la tarea de cuidar, como sucede en el caso de mujeres cuidadoras migrantes, mayores, rurales, de orientación sexual no binaria, en situación de pobreza, en precariedad laboral, entre otras. Si somos capaces de instalar la noción de cuidado como un derecho universal, entonces ya no será una necesidad que hay satisfacer ‘dentro de lo posible’, sino que será exigible ante el Estado, otorgándole un alcance político y no asistencial.
”Este derecho al cuidado ha tenido en el caso chileno una inicial abogacía y abordaje liderado por dos instancias distintas. En primer lugar, algunos programas estatales destinados a apoyar el cuidado, donde destaca ‘Chile Cuida’, que se inicia el 2016 como una primera aproximación a un sistema de apoyos y cuidados nacional. Este ofrece una reorganización de instancias ya existentes en favor del cuidado de personas en situación de dependencia, con énfasis en personas mayores y discapacidad (Chile Cuida, 2020). Sin embargo, es un programa con limitada cobertura geográfica, focalizado en familias de precarios quintiles de ingreso, y sin entregar prestaciones de autocuidado, sino un apoyo esporádico de relevo para la cuidadora, o como algunas le denominan ‘cuidadora de respiro’. En segundo lugar, pero de manera más enfática y decidida, las organizaciones ciudadanas de cuidadoras han visibilizado el apoyo al cuidado como una tarea pendiente por parte del Estado. De hecho, el año 2018 las organizaciones ‘Yo cuido’ y ‘Mamá Terapeuta’ realizan la Primera Encuesta sobre Cuidadoras Informales en Chile, que revela que el 68 por ciento de las encuestadas tiene una carga de cuidado intensa y el 88 por ciento señala que dedica todo el tiempo a cuidar. El estudio destaca los efectos en el frágil autocuidado de la cuidadora en fragmentos representativos como: “debido al tiempo que dedico a mi familiar no tengo suficiente tiempo para mí” y “mi salud ha empeorado debido a ser cuidadora” (Fundación Mamá Terapeuta y Asociación Yo Cuido, 2018).
”Este escenario nos da a entender que la disputa por visibilizar y poner en valor a las mujeres cuidadoras es una primera batalla que hay que ganar, siendo nuestro espacio universitario un lugar para aportar desde la investigación y la propuesta de intervenciones que permitan incrementar la disponibilidad y la calidad de los cuidados, junto con mayores oportunidades para que no sólo la cuidadora, sino la sociedad en general, pueda contar con tiempo, recursos y apoyos para la práctica de cuidar(nos)”.